jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº1940

Lo que pasa | 11 feb 2021

Entrevistas: Beatriz Grasso

“El peronismo fue y es lo más importante que tuvo la Argentina”

La dirigente relató su interesante vida e hizo un repaso histórico del partido justicialista. Traiciones, encierro, tristezas, Montoneros y la figura de Juan Domingo Perón


La vida de Beatriz “Teté” Grasso es, en cierta forma, parte de la historia del país. En mayor medida, de la segunda mitad del siglo XX. Por su militancia política fue reconocida con la “Rosa de Oro”, una distinción otorgada por la Asociación del Personal Legislativo de la provincia de Buenos Aires. Fue delegada por el sindicato de la Unión de Obreros Metalúrgicos (UOM) y delegada gremial en la empresa platense SIAP, donde el 29 de marzo de 1976 fue detenida por una comitiva del Ejército. Cinco días antes, un golpe militar había derrocado al gobierno de Isabel Perón. También se llevaron a su marido, Norberto Biondi, quien no tenía ningún tipo de actividad política en ese momento. 

Cuando fue detenida, Teté cursaba las primeras semanas de embarazo y el 13 de diciembre de 1976 nació Betina. La liberaron en 1981. “Me pegaron varias veces, pero nunca torturas tan tremendas como a otros compañeros”, contó.

Ya en democracia, Graso ocupó diversos cargos en el PJ y en organizaciones de Derechos Humanos, cumplió un mandato de cuatro años como concejal entre 2007 y 2011, y trabajó en la Dirección de Cultura de Berisso entre 2016 y 2019. De cerca o de lejos, siempre estuvo vinculada a la política: “No concibo otra forma de vivir”, dijo en una jugosa entrevista con este medio.

PerioData: ¿A qué edad comenzó a interesarse por la política? ¿En su casa era un tema recurrente?

Beatriz Grasso: Siempre lo pienso… mi papá era peón de estancia en el primer distrito del partido de Gualeguay, en Entre Ríos, y sus patrones eran radicales o conservadores. Ellos participaban siempre de lo que era la política en la zona. Y creían que el peón tenía que trabajar sin pedir nada más que un miserable sueldo. Tenían buena relación y mi papá era muy trabajador, pero no lo valoraban como tal. Le hacían hacer los asados partidarios y lo instaban a colaborar con todas esas cosas.  
Nunca me acuerdo de haberle visto plata a mi papá. Tampoco nos faltó comida, él cultivaba la tierra, él tenía gallinas y pollos. Todas cosas hechas por sus manos y las de mi mamá en un puesto de estancia. Cada tanto lo cambiaban de puesto, así que volvíamos a empezar en otro lado. 
El problema para estas personas (Nota del Editor: los “patrones”) fue la llegada de Perón. 
En el 43’ sale el Estatuto del Peón (No. del E. se refiere al Decreto/Ley 10.644, de 1944, una ley breve impulsada por Perón durante la presidencia de facto del general Edelmiro Farrell) que establece varias cosas. Los peones dormían sobre el recado que le ponían a sus caballos y se tapaban con ponchos, a partir de la Ley les tuvieron que dar camas, les permitieron almorzar y cenar sentados en una mesa. 
Después de esto, comenzaron a culpar a Perón de todo, era la mala persona que los iba a fundir por todo lo que les exigía. Creo que lo más difícil para el peronismo fue el peón de campo, porque estaba muy influenciado y de forma directa por el patrón. No eran peronistas los peones y lo que tenían no sabían si era bueno o malo, y pensaban en qué les iba a pasar si se fundía el patrón. Se aprovechaban de ellos por su ignorancia, porque no sabían que tenían derechos. 
Mi viejo hablaba de política y lo hacía desde ese lugar. Yo era chica y siempre pensaba que quería trabajar en una fábrica, no sé por qué. Jugábamos con mi hermano y yo siempre me iba a trabajar en una fábrica sin saber bien qué era. Así comenzó la historia.
Mi papá se enfermó mucho, no daban con el diagnóstico y estuvo a punto de morirse. Lo tuvieron que llevar en un avión ambulancia hasta Buenos Aires y le sacaron medio pulmón. Era una operación que en Entre Ríos no se hacía ni de cerca. Cuando volvió, como ya no podía trabajar como antes, le dijeron “gracias Yiyo, pero vos ya no servís”. 
Por suerte mi abuelo le dio un pedazo de campo para que pudiéramos vivir y mi hermana y yo nos fuimos al pueblo a vivir con mis abuelos, a Gualeguay, para poder terminar nuestra educación, porque en la escuela del campo teníamos hasta tercer grado. Yo tenía 10 años.
Terminé la primaria, pero como la base que tenía era mala, en el secundario me fue mal. Entonces a mis 14 años dejé y me puse a trabajar en una peletería después de hacer un curso para manejar las máquinas peleteras… finalmente cumplía el sueño de trabajar en una fábrica. 

PD: ¿Y cómo llegó al peronismo?

BG: En la curtiembre conocí a alguien que me marcó. Cuando una gente de Buenos Aires la compró, llevaron a varias personas a trabajar, entre ellas a un capataz muy especializado. 
Trabajábamos ocho horas por día con media de descanso, hacíamos tapados, alfombras, cosas muy lindas. Y en esos descansos, junto a una compañera nos poníamos a hablar con el capataz. No sabíamos nada del mundo y él nos contaba en todos los lugares donde había trabajado. Yo sabía que los obreros de Buenos Aires hacían muchos paros y le pregunté por qué. Entonces él nos contó de la caída de Perón, de las empresas queriendo terminar con todo lo que eran la reivindicación y la organización obrera, de cuáles eran nuestros derechos. Yo me apasioné con eso, y en cada descanso en vez de ir a comer me acercaba a él para que me cuente más historias. 
Así fue que no me olvidé nunca del apellido de ese hombre. Me he olvidad de muchas cosas, pero de eso jamás. Era Lesica. Creo que fue quien a mí me dio la base de pensar que el peronismo era la salvación del país, que era quien bregaba por todos y no por unos pocos, y que nosotros teníamos derechos. 

PD: ¿Fue entonces cuando se despertó su “ánima” combativa?

BG: Yo tenía la idea de venir a trabajar a Buenos Aires, no sabía de qué, pero quería venir. La gente de Gualeguay era muy dañina para con nosotros, sobre todo con las chicas pobres. Los chicos creían que teníamos que ser las mujeres que ellos necesitaban para un momento. Y uno tenía sus sueños de amar, de poder estar enamorada y ser correspondida, esos sueños de la juventud que de verdad son importantes. A mí me dolía todo eso. 
En ese tiempo entré a trabajar en un frigorífico de pollos. La llevé a mi amiga y a mi hermana, que se había recibido de maestra y le era muy difícil encontrar trabajo. 
Teníamos horario de entrada, a las 4 de la mañana, pero no de salida. Se salía cuando se terminaba el trabajo, según la matanza de los pollos. Fue muy cruel, hemos estado hasta 16 horas con media hora de descanso. No teníamos lugar dónde comer, lo hacíamos en un banco frente al baño. Eso lo veía, pero había todo un aparato montado, muy fuerte.
En los meses de marzo y abril los pollos empiezan a cambiar las plumas y se llenan de canutos, la pluma nueva. Entonces las máquinas por las que pasan primero para sacarles las plumas grandes no funcionaban. Los pollos los tiraban en una mesa grande y teníamos que ir y sacarle los canutos uno por uno… pero el reloj se paraba. O sea que nosotros podíamos estar 20 horas y cobrar siete. 
Teníamos un capataz que nos vigilaba detrás de un ventanal porque el olor es insoportable. Nadie podía hablar, al que hablaba lo echaban. Un día, cansados, le hablamos al capataz y le preguntamos por qué nos hacían eso. “Son órdenes del patrón”, nos contestó. 
En una de esas conversaciones, le comenté a mis compañeros que había una Secretaría de Trabajo y Previsión que estaba para defender a los trabajadores. Yo me acordaba de las enseñanzas de Lezica. Antes de ir  decidimos hablar con el patrón; subimos las escaleras y pedimos reunirnos con él. Sin dejarnos pasar, se paró en la cima de la escalera y nos preguntó qué pasaba. Le describimos la situación y aceptó hablar con una sola persona. 
Nos miramos entre todos y yo encaré. Discutimos, le dije que nos explotaba y empezó a gritar que nos echaba a todos. Así que nos fuimos a la Secretaría, pero ellos llegaron primero y denunciaron que habíamos hecho abandono de trabajo. Cuando llegamos, todas juntas, a contar que nos habían echado y los motivos, nos preguntaron dónde teníamos el comprobante del despido. Por supuesto, no existía ese papel, y se nos derrumbó el mundo. 
Mientras intentábamos explicarles, apareció un hombre grande por una puerta que preguntó qué pasaba. Era de la Secretaría de la Provincia, de Paraná, había venido justo esos días. Le ordenó al resto que le informaran de nuestra situación laboral, que le mostraran convenios, porque una persona podía estar mintiendo, pero 35 no. Nos escuchó y después comenzaron a exigirles a los dueños de la fábrica que cumplieran con las medidas de higiene, la remuneración correcta, esas cosas. Ellos pusieron abogados y bueno, les ganamos. La única satisfacción fue que ese día Pedrazzoli, que era el dueño, pelaba pollos porque se le pudrían. 
Finalmente nos llamaron a que volviéramos y como yo había sido la cabeza de todo eso me dije que no iba a volver para que me basureen. Y no volví, tampoco mi hermana ni mi amiga. Y te diría que ese fue el primer movimiento obrero de la zona, porque había muchos frigoríficos, pero fue el que marcó la historia.
No sabés lo que se enojó mi papá… ¿cómo le íbamos a hacer eso a un patrón? No me entendió jamás, se disgustó un montón conmigo. Él creía que el patrón tenía razón. 

PD: Ese fue su acercamiento concreto, material al concepto de bases y a la lucha obrera, pero imagino que el ambiente de las fábricas se le cerró para un trabajo futuro en el pueblo.

BG: Sí. Trabajé primero en una casa de familia y luego como recepcionista en una empresa química. Pero todavía estaba fuerte la idea de irme, quería irme. Hasta que un día apareció una persona que necesitaba a alguien que le ayudara a cuidar los hijos y hacer tareas de la casa en La Plata. Me contacté con ellos y me vine. Tenía unos 19 años. 
Yo no los conocía a ellos, si bien los dos eran de la zona. Trabajaban en la Facultad de Ingeniería y me impusieron que sí o sí debía terminar mis estudios secundarios. Así que a partir de las cinco de la tarde me iba a la escuela. 
Ellos participaban en el gremio de ATULP (Asociación de Trabajadores de la Universidad Nacional de La Plata) y me llevaban a las reuniones. Fue uno de los sindicatos no docentes más fuertes, con (Ernesto) “Semilla” Ramírez, un personaje muy peronista que después terminó con Montoneros. Ahí conocí a muchos de otros militantes peronistas. 
Estuve varios años con ellos, hasta que en el 73’ agarré mis valijas y me fui. 
Salí a buscar trabajo y encontré en otra casa de familia. El hombre era muy peronista, uno de los que había trabajado en el combate de la langosta con Perón. Tenía cuadros de reconocimiento, fotos con él. 
Yo todavía estudiaba y mi profesor de historia era Cartier, el intendente de La Plata (N. del E. el mandato de Rubén Cartier -PJ- fue entre 1973 y 1975), con quien teníamos muy linda relación. Un día le pregunté si me podía ayudar para conseguir un trabajo, él me dijo que sí y me recomendó para que fuera a la SIAP, en Ringuelet (Sociedad Industrial de Aparatos de Precisión). Esto es lo que nunca me voy a olvidar, era un tipazo que decía “ahora soy intendente, pero mi oficio es ser docente”. 

PD: Para ese tiempo usted ya estaba muy metida en la militancia peronista. 

BG: Sí, porque en el barrio todo el equipo de sóftbol en el que jugaba, militábamos todos en una unidad básica. Después nos fuimos todos a 7 y 90, y con cuatro chapas hicimos nuestra unidad básica. Trabajábamos para todo el barrio, era todo tierra. Con los vecinos arreglábamos las calles, había dos chicos que eran estudiantes de medicina y revisaban la vacunación de los niños, tomaban la presión. Hicimos un trabajo hermoso. 

PD: Nos acercamos a 1975, un año turbulento, con el peronismo en el poder y la creación de la Triple A. ¿Fue muy conflictivo para ustedes? 

GB: Claro. Yo era delegada de la UOM. Dos años antes hubo que renovar autoridades y nunca se había presentado una lista opositora. En La Plata estaba Dieguez (Rubén, Secretario General), un tipo muy combativo que después fue a la CGT. Queda a cargo de las fábricas Di Tomasso (Antonio), un tipo que ni siquiera sabía de sindicalismo, pero era durísimo para negociar.
Los dirigentes de la UOM, como estaban hace tiempo, creían que eran los dueños de todo y eran muy matones. Entonces venían las elecciones y nosotros, para que hubiera dos listas, presentamos una sin creer que fuéramos a ganar. Ellos eran cinco delegados y nosotros como 800 obreros…  y ganamos. Ahí se formó una comisión interna y yo entré representando al sector en el que trabajaba. Eso generó movimiento en todas las otras fábricas, incluso en Propulsora Siderúrgica tuvieron que boicotear las elecciones porque también habían perdido. Y ahí se armó la trifulca. Lo mismo hicieron en otras fábricas, porque ellos sabían muy bien cómo manejar esa situación. Empezaron a perseguir a los otros delegados, a darles palizas para generar miedo. 
En nuestra lista, en SIAP, éramos cuatro mujeres y el resto hombres. Comenzamos a conseguir cosas. Y el 75’ fue el año más duro y más difícil que tuvimos, porque se venían las paritarias. Acá teníamos de gobernador a Calabró (Victorio, gobernó entre 1974 y 1976), un facho importante, con traiciones muy fuertes con el dirigente sindical Lorenzo Miguel, porque la UOM regional de La Plata, Berisso y Ensenada respondía a Calabró. Toda esa puja fue muy dura para el obrero. Hubo muchas mentiras y las mujeres terminamos siendo las más combativas junto a los delegados de base, sobretodo uno que era “Lito” Prado (Francisco, secretario de la CGT). 
En esa época tuvimos muchos cruces con Di Tomasso, que siempre venía con sus guardaespaldas. Llegaron a sacar un arma y apuntarme a la cabeza cuando yo estaba arriba de un tacho en una asamblea denunciándolo. 
Ellos ya estaban matando gente y a nosotros nos salvaron los obreros. Fueron los grandes colaboradores del golpe. 

PD: En el 76’ la detienen a pocos días del Golpe.

BG: Sí. El Golpe fue el 24 y a mí el 29 me llevan. En esos días vino Di Tomasso a decirnos que los delegados ya no podíamos estar en función porque ahora estábamos a disposición de los militares. Pero que nos quedáramos tranquilos, que todo se iba a ir arreglando lentamente. Ellos ya se habían negociado toda su quinta.
El día que me llevan cuando yo salgo, estaba Di Tomasso en un Falcon. Le pedí al oficial que me trasladaba que me dejara hablar con el Secretario de la UOM, y me dejó. Cuando lo tuve enfrente le pregunté “¿Viniste a ver tu obra? ¿Qué carajo hacés acá, si vos entregaste los nombres de todos nosotros?”. Y me fui.
Estuve presa hasta el 20 de octubre de 1981. Mi hija Betina nació el 13 de diciembre de 1976 y yo siempre dije que era la flor entre las piedras, porque mientras ellos fusilaban, ella nacía. No importa dónde, pero había una nueva vida.
Yo me enteré de que estaba embarazada en la cárcel, al principio no me creían. La tuve hasta los seis meses, después se la llevó Beto (Norberto Biondi, su esposo). 
Fueron durísimos esos años, nunca tuvieron motivos concretos para detenerme. Yo no estaba relacionada con Montoneros, nunca fui montonera. Yo era Juventud Peronista y siempre cuestioné muchas cosas de Montoneros. En los bifes, sobretodo en lo que podía llegar a ser el movimiento obrero, ellos estaban muy lejos de nuestra realidad. El peronismo era nuestra salvación, lo tenía muy claro desde aquel día en que Lesica nos enseñó todo eso. La historia después me lo demostró.  
Los militares mezclaron todo porque les convenía: Montoneros no les hacía ni cosquillas, lo que les molestaba era la clase obrera, el peronismo. 
Aunque la industria nacional, tristemente, colaboró con el Golpe de Estado. Y después el Golpe se los llevó puesto a todos.

PD: Después de su liberación le siguieron dando ganas de participar en política…

BG: Yo creo que uno cuando abraza semejante causa, nunca puede salir de allí. Hoy no estoy participando activamente, pero jamás voy a dejar de pensar en política. Es imposible, soy parte de esto. Yo no soy militante política porque estuve presa, lo soy por mi historia de militancia. Y para mí, el peronismo fue y es lo más importante que tuvo la Argentina. Porque fue el único proyecto nacional, escrito, que existió en el país. No hubo nunca más algo así. Que Perón hiciera un plan quinquenal, uno trienal, que pidiera una tercera posición cuando el mundo después de la Segunda Guerra se dividía entre capitalismo y comunismo… 
Luego las grandes potencias sometieron a Latinoamérica en el ‘76 con los Golpes de Estado, porque sabían que el obrero era su enemigo. El Golpe no fue a la subversión, lejos estamos de eso, creo que hasta negociaron con los subversivos. El golpe fue al peronismo y por eso pagamos nosotros las consecuencias.
Después de que salí del encierro, todavía en Dictadura, seguía siendo la “subversiva”. Durante 30 años lo fuimos, teníamos un sello puesto. Así que cosía para afuera, limpiaba baños en los boliches, limpiaba casas. No pude volver a trabajar en una fábrica, tenía un rótulo.
Me acerqué a la unidad básica Arturo Jauretche y el peronismo de Berisso me abrió los brazos desde un primer momento. Me adoptaron sabiendo de dónde venía, aunque nunca nunca hice una bandera de mi militancia. Tampoco lo oculté, simplemente cuando me preguntan digo que esta es mi verdad, la que yo viví. 
Primero estuve como coordinadora en el Concejo Municipal de la Tercera Edad, por el 2005. Porque recién después del 2000 tuvimos una “reivindicación”. 
Antes, en la década del 90’, estuve como secretaria de “Tito” Álvarez (Justo, ex presidente del Partido Justicialista de Berisso) quien para mi fue el último de los presidentes del partido elegido por el voto en elecciones internas generales, como debería haber sido siempre. Después generaron otras cosas para que participaran los que no eran afiliados. Ahí formamos la Comisión de Homenaje para conmemorar a todos los que hicieron grande la historia del peronismo. En Berisso teníamos a todos los protagonistas del 17 de octubre.
Fui concejal y finalmente empleada municipal en la Dirección de Cultura. Me ofrecieron cargos, pero yo ya no los quise, porque había muchas cosas con las cuales no estaba de acuerdo.

PD: ¿Cómo ve al peronismo después de la llegada de la Democracia?

BG: Yo voy a decirte esto: después de la muerte de Perón pasaron demasiadas cosas, como por ejemplo la ley de represión que firmaron diputados peronistas. Y a nosotros, los que estábamos presos, hubo una sola persona que salió a defendernos y a reconocernos como peronistas: Deolindo Felipe Bittel. El resto se corrieron todos. Hubo abogados que fueron a ofrecerse para defendernos de esa justicia macabra, ninguno era peronista. Yo sé que estaba golpeado el peronismo, pero también estaba desviado. En el 83’ le pedimos a Ítalo Luder que si llegaba a presidente le tenía que hacer juicio a la Junta Militar, y nos dijo que no. 
Es muy grande el peronismo, esa es la diferencia que tenemos con cualquier partido político, el movimiento peronista. (Carlos) Menem nos iluminó a todos hablando de revolución industrial después de la debacle de la inflación y del Golpe… la camiseta la tienen muchos, pero nunca me voy a olvidar de algo que dijo Evita: “Al peronismo no lo va a destruir nadie, salvo el que se ponga una camiseta y desde adentro empiece a romper”. Y creo que esto fue lo que le pasó al peronismo. Hoy está roto, aunque pienso que todavía hay buena gente. 
Hay también mucho asistencialismo, y no está mal, pero el peronismo es trabajo. Generemos trabajo. Es Justicia, en lo social, en lo económico.
Con esta pandemia el mundo va a necesitar alimentos y nosotros tenemos el suelo para hacerlo. ¿Por qué no estamos generando grandes acuerdos con el campo? No hay proyecto.

PD: ¿Y cómo ve al kirchnerismo con respecto al peronismo del que usted es parte?

BG: Creo que le falta mucho. Tiene un discurso, pero le falta mucha realidad, lo veo mucho como una doctrina, como una religión. Y una religión no puede manejar un país. Yo quiero propuestas constructivas. Se discutió mucho tiempo lo del aborto, no estoy en contra, pero no podía ser esa la causa nacional. 
 

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