viernes 29 de marzo de 2024 - Edición Nº1941

Voces | 2 dic 2020

Opinión, por Néstor Nélida

El fanatismo y la condena, dos armas contra la razón crítica

A horas del “affaire” con los jugadores de Los Pumas, se vuelve necesario hacer hincapié en el daño social que produce la idolatría sin concesiones


Cualquier fanatismo es pernicioso. Social, deportivo, político, religioso; no importa la forma que tome en un individuo porque, huelga aclararlo, lleva de forma inexorable al rechazo del otro que piensa distinto. El motivo subyacente, más profundo de esa característica humana, es la anulación de la razón crítica y su vinculación con una ignorancia selectiva. Para decirlo de manera directa, el fanatismo conduce a un pensamiento único que termina por abortar cualquier capacidad de diálogo y de aceptación de una verdad distinta a la creada por las creencias del fanático. Poco importa si esa nueva visión está compuesta por fundamentos irrefutables.

La idolatría sin concesiones también produce ceguera y quien la padece enarbola un blasón en el que la condena es el ícono sobresaliente. El índice acusador se levanta y apunta ante la mínima discrepancia. Lo que venga después no interesa al inquisidor, lo importante es la acción culpatoria en sí. Lo que sucedió recientemente con los tres jugadores del plantel de rugby del seleccionado argentino es un ejemplo claro de estas afirmaciones. 

Una breve recapitulación del caso: usuarios de las redes sociales reflotaron mensajes del capitán Pablo Matera (27), Guido Petti (26) y Santiago Socino (28) con chistes de humor negro y mensajes xenófobos. Un acto repudiable de quienes al momento de escribir esos tuits atravesaban la adolescencia. En segundos “Internet” hizo lo suyo y la cuestión se diseminó por todo el éter virtual. Llegó el pedido de disculpas público y la aceptación del grave error. Pero no era suficiente, las huestes pedían más. 

Los mismos que horas antes habían derramado lágrimas por un futbolista que cargaba con denuncias de abandono de hijos, episodios de violencia de género y sospechas de haber mantenido relaciones sexuales con prostitutas menores; pedían renuncias y condena social por una serie de posteos. En el mismo país en el que un presidente se desmiente a minutos de haber comunicado una medida, donde un ministro de Salud yerra con declaraciones sobre asuntos sanitarios, o en el cual su Canciller inventa una conversación entre mandatarios; el ejército moral clamaba la hoguera para quienes aceptaron haberse equivocado. En Argentina, donde el partido político mayoritario borró de un plumazo de los libros de historia su estrecha ligazón con el partido fascista y el nazismo
 
Las razones tienen que ver con un presunto odio de clase que, en rigor, no es tal. Desde sus departamentos lujosos en barrios porteños de alta alcurnia, figuras públicas señalan con sus dedos a los “rugbiers” chetos. Muchos de ellos jamás pisaron un club. El rugby, junto al básquet, son de los deportes más inclusivos. Basta recorrer una institución cuando entrenan las categorías menores: ahí se verán a gordos, petisos, altos, flacos, rengos, compartir una cancha y una pelota. Sin distinciones. 

Fue pésima la actuación de la Unión Argentina de Rugby en este escenario. Claudicó ante el embate y los alaridos proferidos por los fiscales de la corrección política, no defendió a sus jugadores y los dejó expuestos a la turba iracunda. 

Con todo, hay que ser justos y destacar que lo referido no sólo ocurre en nuestras tierras. Alcanza con mencionar dos casos relevantes, el de Barack Obama y el de Mohandas Karamchand Gandhi. El primero fue galardonado con el Premio Nobel de la paz en el año (2009) cuando no terminó ninguno de sus dos periodos completos en la presidencia de Estados Unidos sin un solo día sin guerra. Es considerado en gran parte del mundo como un símbolo de la democracia de izquierda y la tolerancia, aunque en sus memorias realizó una descripción física del ex mandatario francés, Nicolas Sarközy, con severos tintes xenófobos. En tanto, Gandhi había sido racista y clasista en su juventud, dormía con parientes menores desnudas para “autocontrolarse” y celaba de forma violenta a su esposa. No obstante, se haría famoso como un símbolo de la renuncia a la violencia y la resistencia pacífica al occidente.
 

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