

“Si bien pocos pueden diseñar una política, todos somos capaces de juzgar sus resultados”.
Pericles, Siglo V A.C.
En tren de tamizar la cantidad de información que recibimos a diario en temas económicos y sanitarios relacionados a la pandemia y teniendo en cuenta que sólo puede ser imparcial aquel al que no le interesa el problema y por tanto su opinión carece de valor (O. Wilde dixit), no pretendo que sea éste un criterio neutral, en cambio, sí puede ser ecuánime y cimentado con datos. Apuntando a ello, impresiona como sensato recurrir a fuentes externas –además de las locales- para tener una visión más alejada y, en general, menos comprometida por los factores externos que nos influencian a los que vivimos en Argentina. Dijimos antes de ahora que la pandemia evidenció la imprevisión gubernamental en nuestro país, originando una tragedia económica, sanitaria y social con el único precedente del 2001. Sucintamente, procuraré fundamentar el concepto:
La tragedia económica. Nuestra nación ya padecía otra crisis económica de tantas, incontables, cuando asumió el actual gobierno. Las acciones de las empresas argentinas y los bonos se derrumbaron estrepitosamente luego de las PASO 2019, la deuda externa era abultada -90% del PBI- y la epidemia devenida a partir de febrero 2020 terminó de sepultar cualquier deseo de resurgimiento. Sumado a esto, las medidas adoptadas –cuarentena prolongada única en el mundo, prohibición de despidos, incremento de impuestos al campo y a la riqueza que se suma a bienes personales que ya lo era y el hipertrofiado sindicalismo- abonaron aún más la crisis, con el cierre de más de 41.000 PyMEs, generadoras del 75% de los empleos del país; un aumento de la desocupación que ronda el 11% a la fecha, un nivel de pobreza que alcanza a 4 de cada 10 argentinos y una proyección inflacionaria superior al 40% para el año en curso. Curiosamente, Alberto Fernández desistió de recibir el resto del préstamo del FMI y decidió imprimir moneda para incrementar subsidios con las consecuencias apuntadas.
La tragedia sanitaria. Estar entre los primeros quince puestos de los países del mundo con más contagios y muertes por millón de habitantes es un dato que habla por sí solo para explicar este punto. Las acciones se hicieron mal y tarde –tema ya explicado en anteriores artículos- y se siguen haciendo igual: se testea y se inmuniza poco, tarde y mal. Testeando tempranamente se hubiese permitido reducir la cuarentena y sólo restringir a las poblaciones de riesgo y, si bien la escasa cantidad de vacunas disponibles es un mal general en todas las naciones, podríamos haber dispuesto de más dosis si se hubiesen hecho contratos a tiempo con Pfizer, Astra-Zéneca y Moderna. Los motivos aducidos por el Gobierno para no suscribirlos fueron triviales y poco creíbles. De a poco se están sabiendo las causas verdaderas, una mezcla de egos abultados, decisiones geopolíticas erradas y negocios personales. Como consecuencia tenemos una campaña de vacunación notoriamente peor que nuestros vecinos Chile o Uruguay y, si le sumamos el escándalo de las vacunaciones VMP (very miserable people –licencia que me tomo-), nos percatamos del porqué ocupamos la infausta cantidad de enfermos y defunciones que citamos en el primer párrafo de este apartado. Los casi 21.000 contagiados mientras redacto este escrito se erige en prueba más que suficiente. A los fines de abreviar, las otras consecuencias del encierro para las enfermedades que ya teníamos, que persisten y que no son menos importantes, pueden verse aquí.
La tragedia social. La suspensión de la actividad educativa es sin duda la causante principal de esta debacle. Los niños y adolescentes que perdieron sus clases no sólo malograron su instrucción, sino también la posibilidad de interrelacionarse con otros pares, interactuar con ellos y desarrollar una actividad gregaria normal, provocando un daño que, expresión de deseo esta, espero que no sea irreparable. El informe de UNICEF ratifica en forma prístina lo expuesto. Asimismo, en Argentina ya se están viendo las causas deletéreas de este aislamiento –tan largo como inútil- en adultos; una breve mirada a los informes de la Asociación de Psiquiatras Argentinos da una fundamentación cabal de lo dicho. El aumento de la inseguridad es otro factor a considerar que no se asiste adecuadamente, correlacionado estrechamente con la caída de la economía. A pesar de los anuncios hechos por las autoridades al respecto –más propios del cine de acción que de un informe-, los conciudadanos siguen siendo víctimas diariamente de ilícitos que van en aumento y que también causan enfermedad y muerte.
Paradójicamente, en ámbitos del Gobierno se están acordando condiciones similares a las descritas, intentado desmentir la frase atribuida a Einstein –aunque se ignora realmente su procedencia- de que no se pueden esperar resultados distintos haciendo siempre lo mismo.
Decía un gran amigo y mentor ya fallecido: “No es ético aceptar cargos para los cuales uno no está capacitado”