

Una catástrofe como la que tuvimos a partir de los primeros días de marzo hasta hoy, 15 de julio, dio origen a una multitud de idas y venidas, aciertos y desaciertos, reacciones tardías y apresuramientos, desinformación y sobre información y, por sobre todo, percatarnos del error de considerar a toda la Argentina como un país uniforme y federal.
A fin de ser lo más justo posible y teniendo siempre en cuenta que sólo puede ser imparcial alguien a quien no le interese el problema y, por ello, su opinión no es válida (O. Wilde, 1854-1900), trataré de enumerar cuáles fueron las medidas eficaces y cuáles no, claro que con la ventaja de contar con información que a principios de esta pandemia no se tenía. a) La decisión, aunque tardía, del cierre de fronteras (12/3/2020) y de la cuarentena (20/3/2020) permitió preparar mejor a la infraestructura sanitaria, creando unidades de cuidados críticos, centros de aislamiento, plazas de hoteles para los que regresaban del extranjero, etc., entrenando y contratando personal de salud, adquiriendo insumos como respiradores, etc. al enlentecer la curva de contagios; b) La coordinación entre distritos provinciales y los múltiples componentes del sistema de salud –sector estatal, obras sociales, empresas de medicina prepaga, institutos nacionales y provinciales- mejoró la oferta prestacional previendo un crecimiento exponencial de enfermos como el que tenemos actualmente y c) El aporte de científicos locales que permitieron crear equipos de detección del virus, faltantes hasta ese momento por la subestimación otorgada a la pandemia en los primeros meses de este año.
"Merced a que el gobierno nacional sólo escuchó a un grupo reducido de especialistas, hubo medidas que no se tomaron o se hicieron mal y tarde."
No obstante, merced a que el gobierno nacional sólo escuchó a un grupo reducido de especialistas, hubo medidas que no se tomaron o se hicieron mal y tarde. Al menospreciar al agente infeccioso, no se procuró la adquisición en tiempo y en forma de los elementos de detección necesarios para obtener la información adecuada en tiempo y en forma para identificar y aislar los grupos de infectados y evitar la propagación -aún hoy persiste esta falencia- y eso obligó a aislar a personas sanas cuando había sólo 128 casos en el país, incluyendo provincias sin ningún caso. De igual modo, debió haberse convocado a expertos en informática para que desarrollaran programas para procesar los datos obtenidos con las detecciones que se hicieran luego con la premura que el caso exigía, lo que hubiese permitido dosificarlos y planificar las zonas a testear con mayor eficiencia, vuelvo a insistir, sin encerrar a personas sanas. De igual modo, se hicieron conjeturas inadecuadas inundando a la población de conceptos inseguros y, muchas veces, contradictorios, como la predicción de “picos de contagios” o avance y retroceso de “fases” que crearon incertidumbre y desasosiego. Se creó así una imagen falsa de un virus letal que se difundía con velocidad imparable, impresión abonada por medios que repetían los comunicados gubernamentales sin el menor análisis comparativo. De ese modo, se restringió casi toda la actividad de la población sin evaluar apropiadamente las derivaciones que tal medida provocaría.
Completo estado de bienestar físico, psíquico y social
¿Por qué pasó esto?. En primer lugar, una epidemia merita la convocatoria de infectólogos, claro, pero además de epidemiólogos, psiquiatras, economistas, sociólogos, virólogos, bioquímicos, farmacéuticos, microbiólogos, terapistas y expertos en informática dado que sin información adecuada no se pueden planificar acciones eficaces. Con sólo revisar el concepto de salud de la OMS –…completo estado de bienestar físico, psíquico y social…- se hubieran percatado rápidamente a quién más llamar y sopesar de ese modo las diversas opiniones para causar el menor daño posible a la gente. Esa omisión originó 115 días de restricciones a la fecha de este escrito –en muchos lugares absolutamente innecesarias- que nos convierte en país récord en el mundo y, a juzgar por la cantidad de contagios en ascenso -4.250 al 15/7/2020-, su prolongación no resultó eficaz. Algunos arguyen que otros países tienen más muertos por no hacerla, sin embargo, las comparaciones no son conducentes porque la cuarentena no es el único elemento a considerar, el sistema de salud es el principal. Los EEUU, por ejemplo, cuentan 136.940 defunciones hasta la fecha siendo uno de los países más desarrollados y con más contagios y muertos del mundo. Esto se explica porque su programa de salud es uno de los peores del planeta, con 42.000.000 de personas sin cobertura de salud alguna. No es casual que el mayor porcentaje de muertos –más del 80%- se registre entre la población latina y afroamericana, en ese orden, que integran el grueso de las clases media y baja de ese país. Éstos no tienen cobertura del sistema estatal (Medicaid y Medicare) y sus ingresos no alcanzan para pagar los seguros de enfermedad. Concluyendo, la ausencia de restricciones no fue la mayor causa de muerte sino la carencia de un sistema de salud correcto. Así podemos comparar –malamente porque son realidades distintas como se ve- muchos países, como Brasil, Perú, Ecuador y Chile entre otros, todos con estructuras sanitarias más deficientes que la nuestra.
En segundo lugar, el virus con menos de 2% de letalidad, ha demostrado ser menos fatal que la influenza-gripe- o la neumonía. En 2018 se registraron 39.916 muertes por estas causas; aún en un país con subregistros como el nuestro, esta cifra supera con creces a las 2.050 que contabilizamos hasta hoy por Covid19. Es de esperar que por más que se extienda el contagio, no se llegará al guarismo de las dos enfermedades anteriores. Cabe acotar aquí que se abandonó el programa de vigilancia de afecciones respiratorias, cuyos pacientes son el principal blanco de virosis como la que estamos padeciendo y la edad promedio de defunciones (75 años) también da cuenta de ello.
"En segundo lugar, el virus con menos de 2% de letalidad, ha demostrado ser menos fatal que la influenza-gripe- o la neumonía".
Tampoco se ve que colapse la disponibilidad de camas, los centros de aislamiento tienen una ocupación reducida y las camas de cuidados críticos (Unidades de Terapia Intensiva) en la zona de mayor incidencia –AMBA- oscilan entre el 53 y 63% según se tome la CABA o el resto del sector. Mayor ocupación que esta se viene observando todos los meses invernales desde hace casi dos décadas.
Lo que no se ha mensurado, ni es probable que se haga, son las consecuencias que tendrá la no asistencia de enfermedades crónicas, las afecciones psíquicas del aislamiento, la interrupción de tratamientos oncológicos y la postergación de la asistencia en tiempo y en forma de otras patologías que seguramente ingresarán complicadas a clínicas y hospitales en un futuro no muy lejano.
Un capítulo aparte merece la debacle económica que originará el prolongado retiro, justamente al sector más vulnerable de nuestra sociedad en ese aspecto, como los autónomos y cuentapropistas, que de seguro también producirá enfermedades psíquicas y físicas más visibles para nosotros los médicos. ¿Valió la pena tal desatino?; ¿Sirvió realmente privar al pueblo de sus derechos constitucionales elementales durante casi cuatro meses agitando como bandera el cuco de la pandemia?.
A esta altura está demostrado que la dilatada cuarentena -¿o debería denominarla “centodecimoquincena”?- demostró ser menos eficaz que lo pregonado –hecho previsible-, que fue y es exagerada y que causó y causará consecuencias cuyos perjuicios se verán en fecha cercana. Esto podría haberse evitado con una asesoría multidisciplinaria –tal como se tratan los enfermos complejos en un hospital- y no sólo con los especialistas puntuales en el tema, que sólo verán por el ojo de la cerradura de su asignatura. Pero claro, para ello se requieren dirigentes capaces y libres de pensar por sí mismo, deslindando cualquier otra influencia que no sea la que surja de su criterio profesional.