martes 09 de septiembre de 2025 - Edición Nº2470

Voces | 8 sep 2025

Columna

Milei, el Jano libertario: entre la promesa económica y los escándalos de corrupción


A la ciudadanía, la corrupción le importa poco y nada. Según el monitor de TresPuntoZero, apenas el 3% menciona la corrupción como el principal problema de la Argentina, frente al 44,7% que señala la economía y el 23,5% que marca la inseguridad. En otras palabras: el argentino medio se indigna más por la inflación que le come el sueldo que por un funcionario que cobra coimas.

Carlos Menem en 1995, Cristina Fernández en 2011, Alberto Fernández en 2019; son algunos ejemplos de candidatos a presidente que, aún cargando una alforja cargada de denuncias y pasado cuanto menos borrascoso, lograron que más del 40 por ciento del electorado los vote como timonel del futuro político del país.  

La política argentina se acostumbró a convivir con paradojas, pero el gobierno de Javier Milei las convirtió en un sistema de gestión. Como el bifronte Jano, dios romano de los comienzos, con sus dos caras que miran al pasado y al futuro, la administración libertaria muestra dos rostros: uno que mira hacia atrás, hacia el menemismo de los años noventa, y otro que se proyecta hacia adelante, hacia una economía desregulada y semiliberal que promete sacar al país del pantano.

En la cara que otea hacia el ayer, vemos funcionarios reciclados de la vieja guardia, negocios oscuros y escándalos de corrupción que parecen calcados de aquella época del “robo para la Corona”. El menemismo dejó su marca con Yabrán como símbolo de las sombras, María Julia Alsogaray posando en el Río reconvertido en cloaca, privatizaciones bajo la mesa, licitaciones a medida, amigos del poder convertidos en magnates de la noche a la mañana, y una colección interminable de “sobresueldos” y valijeros. En el mileísmo, la anarquía política se ve también en los escándalos que apuntan al núcleo duro: encabezan los casos Libra y ANDIS, pero sobrevuelan los presuntos pedidos de dinero para “la foto” con el Presidente, la supuesta entrega de dádivas desde una iglesia evangélica en Chaco o la denuncia de venta de candidaturas en listas electorales y contratos irregulares vinculados a empresas de seguridad relacionadas con familiares y colaboradores cercanos al gobierno. 

Todos estos casos, según gran parte de las encuestadoras, no perforan todavía en la opinión pública, más que nada en quienes aseguran haberlo votado: más del 75 por ciento sostiene que no cambiará su voto de cara a las elecciones de medio término. O sea, digamos, los escándalos de corrupción erosionan la reputación y la confianza, pero no modifican significativamente el voto, porque la mayoría de la sociedad no coloca la corrupción como prioridad electoral.

La contratapa la observamos en las redes sociales, donde la negatividad sí se multiplica. El episodio de ANDIS duró más de diez días en agenda digital, con trece de los quince temas principales sobre Milei asociados directamente a las coimas. La más golpeada fue su hermana Karina, convertida en el “nombre de la crisis”. Y en política no hay nada más letal que el desgaste cotidiano, ese goteo de sospechas que nunca mueren y van horadando la credibilidad. 

El rostro que mira hacia adelante es el que, con la expectativa de una economía “limpia” como estandarte, todavía sostiene la estructura. La promesa de terminar con el cepo, de estabilizar la inflación y de desregular una economía que se volvió inviable; mantienen a buena parte de la sociedad todavía dispuesta a tolerar tropiezos y contradicciones. Milei encarna, en la narrativa que derraman sus seguidores sobre el resto, el quiebre con la decadencia, el hombre fuerte que va a dinamitar la burocracia y devolver la libertad económica.

Como Jano, Milei aparece con dos rostros: el reformador económico, que todavía concentra las expectativas de la sociedad a pesar de sus formas; y el líder expuesto a escándalos y actitudes infantiles, cuya negatividad crece en redes y su figura se asocia cada vez más a la de Karina en casos de corrupción. El riesgo es que la primera termine devorando a la segunda, y que el país descubra demasiado tarde que detrás de la desregulación libertaria se escondía la misma corrupción de siempre.

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