viernes 01 de agosto de 2025 - Edición Nº2431

Voces | 31 jul 2025

Columna

La degradación de la política: de elegir al "mejor" a elegir al "menos peor"

Hoy más que nunca es necesario volver a discutir seriamente el perfil de nuestros representantes


Argentina atraviesa una profunda crisis de representación política. Un síntoma elocuente de esta degradación es la resignación social que ha transformado el ideal democrático de elegir al “mejor” candidato en la costumbre de optar por el “menos peor”. No es solo una expresión de desencanto popular; es el reflejo de un sistema político que, lejos de elevar la vara, la ha rebajado de forma sistemática y peligrosa.

Uno de los factores clave en esta decadencia es la falta de exigencia en la formación dirigencial. En los partidos políticos, las cartas orgánicas —que son el corazón normativo de cada estructura— rara vez establecen criterios de capacitación mínimos para que una persona pueda postularse a cargos internos o electivos. Y si no se exige preparación en el propio semillero, ¿qué podemos esperar del resto del proceso?

Pero el problema no termina ahí. Las cartas orgánicas municipales, primera escala en la vida institucional de muchos dirigentes, también exhiben una alarmante laxitud. En muchos casos, la única exigencia formal es haber completado la escuela secundaria, y ni siquiera esto se aplica de manera homogénea. La política municipal —la más cercana a la gente— es muchas veces el punto de partida de trayectorias improvisadas, sin formación, sin gestión, sin visión.

Ahora bien, no caigamos en una trampa frecuente: la capacitación no garantiza una buena gestión. La historia reciente demuestra que hemos sido gobernados por abogados, economistas, ingenieros, docentes... y el país sigue igual. Lo técnico sin lo político no alcanza. Pero lo político sin lo técnico, sin ética y sin compromiso, es un camino directo al desastre.

Donde más visible se vuelve esta decadencia es en los lamentables espectáculos que ofrecen muchos de nuestros diputados y senadores. Ausencias injustificadas, discursos vacíos, gritos, shows mediáticos, falta de preparación para el debate... El Congreso, que debería ser el ámbito del consenso racional y el diseño de políticas de largo plazo, se ha convertido muchas veces en una triste puesta en escena para redes sociales o medios afines.

Hoy más que nunca es necesario volver a discutir seriamente el perfil de nuestros representantes. No se trata solo de títulos, sino de preparación integral: capacidad técnica, formación política, sensibilidad social y vocación de servicio. La política no debería ser el refugio de quienes no pudieron insertarse en otros ámbitos, sino la máxima expresión del compromiso con el bien común.

Elegir al mejor no es una utopía. Es una obligación ciudadana. Y también una deuda pendiente del sistema.

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