

En una entrevista radial del 9 de julio, el presidente Javier Milei dejó entrever una jugada inesperada: la posible incorporación de Mauricio Macri como una especie de “super canciller” sin cartera, con la misión de representar a la Argentina ante el mundo, captar inversiones y posicionar la marca país en la agenda global.
No sería un cargo formal, pero sí una figura con proyección internacional y acceso directo al Presidente. Macri, con su red de contactos globales y su historial en el G20, sería el rostro diplomático de un gobierno que, hasta ahora, apostó al shock económico, la confrontación interna y el aislamiento discursivo.
Sin embargo, esta movida excede lo internacional. Desde una mirada estratégica, puede leerse como una respuesta interna al nuevo tablero político: con el kirchnerismo presionando en el Congreso, avanzando en la Justicia y reactivando su músculo territorial, Milei necesita reforzar su retaguardia. Traer a Macri a escena es, al mismo tiempo, un mensaje hacia afuera y un gesto hacia adentro.
El expresidente aparece así como un actor que puede aportar solvencia internacional, abrir canales de diálogo con sectores moderados del PRO y contener posibles tensiones internas en el oficialismo. Todo esto, sin alterar el control central que Milei ejerce sobre su gobierno.
Pero el movimiento plantea interrogantes inevitables:
En definitiva, Milei está apelando a la geopolítica no solo como política exterior, sino como estrategia de supervivencia política. Pone a Macri en el escenario global para enviar un mensaje de apertura, pero también como contrapeso frente a un clima político cada vez más áspero en el plano interno.
La jugada es audaz. Ahora resta ver si el aliado se convierte en garante, o si la geometría del poder vuelve a cambiar.